El duro momento de las despedidas llegó, pero fué progresivo y se realizó en tres etapas, ya nos habíamos despedido de parte del grupo en el pequeño poblado de Ternopil, ahora nos enfrentábamos a la despedida en Sokal de la familia local.
El mar de lágrimas que hacía un esfuerzo por contener, escondida en una ventana estaba Vanessa, que se quedó con Vasilij, su padre, el hombre duro que también estaba haciendo un esfuerzo por no dejar entreveer su tristeza, un tipo siempre sonriente y trabajador, centrado, muy correcto, mantuvo su postura y quedó detrás de esa puerta blindada del piso. Yo comencé a descender las escaleras y volví corriendo a darle un nuevo abrazo a esa hermosa niña que se emociona cada vez que tiene oportunidad de verme, tragué las lagrimas y las convertí en una sonrisa, ya desde abajo, ella se asomaba por una ventana saludando y nosotros nos fundíamos en un abrazo ya plagados de lagrimones con su madre, Galina, la otra enorme partícipe de que todo esto pasara. Es un deja vu de hace cuatro años, la misma dolorosa despedida, como todas, en el mismo parque con el condimento añadido de la madre que me parió a los sollozos y un coche nuevo para cruzar la frontera.
La Cortina de Hierro se cayó en 1990 junto a la Unión Soviética. En aquel año, Ucrania, como tantos otros países satélites del híbrido soviético ganaron su independencia. Hoy, casi 30 años más tarde, la cortina parece ahí vigente, cual el Muro de Game of Thrones, dando una impresión que todo lo que está detrás es peligroso y salvaje, acrecentando la brecha y cercenando oportunidades. Entrar en la UE es un periplo que muchos ucranianos hacen a diario ya sea por necesidad o por negocio, o por simplemente el hecho de que tienen familia de un lado y del otro.
Detrás del "Muro"
Dejamos atrás los pozos de la carretera y emprendimos camino hacia el moderno paso de Угринів (Uhryniv) atravesando los campos verdes sembrados en el llano, deslumbrados por el brillo de las cópulas de las iglesias ortodoxas a lo lejos que como un lucero reflejan el rayo cálido del sol señalando el horizonte. Al costado del camino cruzamos un grupo de VAN con mucha gente haciendo movimientos sospechosos de una a otra, son contrabandistas, nos marca el arribo a la frontera.
El contrabando es un modo de vida en la zona cercana a la frontera, la diferencia de precio entre un "lado del muro" y el otro es brutal, un paquete de 20 cigarrillos puede costar unos 4 o 5 euros en Ucrania mientras del otro lado, o en España, un atado sencillo cuesta entre 4 y 5 euros. Lo mismo ocurre con el alcohol y tantas otras cosas que pasan a diario de un lado a otro. Hubo tiempos mejores para los audaces, cuando en la frontera no existían controles digitalizados, ni perros, ni radares, hoy la tecnología apela al ingenio, pero aún así, cuanta casona se vea del lado ucraniano con más de un coche, es un indicador de negocios sospechosos en la frontera por parte de sus dueños.
Esta es el mismo puesto fronterizo que años atrás, en plena escalada militar en el este del país, tuve que cruzar en mi regreso donde apenas tardamos 30 minutos como mucho, y la pregunta en el breve interrogatorio se centraba en saber si yo era un terrorista o no. Esta vez, el clima es mucho más calmo, mediodía, brilla el sol pero sopla el viento, hay cola de coches, aunque se supone que será algo rápido, poco a poco la gente se acumula frente a una ventanilla, la única que parece atender. Detrás de ellas no se ve nada, es el hermetismo con el que se manejan estas cosas, pareciera ser que algo va mal y no lo sabes.
Tras despachar algunas personas se estanca el movimiento. Silencio. Los minutos corren, ya llevamos más tiempo que mi vez anterior en este cruce. Repentinamente abren la ventana, hablan con Roman, nuestro conductor y con Halina, la prima, una breve explicación: no encuentran registro de nuestra entrada en el país, es decir que en el sistema informatizado, no encuentran nuestro ingreso por el aeropuerto de Borispil en Kiev hace una semana. Ahí veo todo claro, comprendo por qué el negocio del contrabando, aún tiene campo para triunfar, con sistemas así.
Sigue la espera y al rato, la ventana de nuevo, llaman a Roman, ahora el debate es si España es un Reino o una República, ya que no logran cruzar lo que dice mi pasaporte con lo que ven en el sistema.
Más de una hora, un periplo interesante y digno de una clase de geografía, está claro para mi que en este remoto paraje no suelen lidiar con pasaportes "tan extraños" a diario y es comprensible cierta aprehensión, pero no quita lo indigno de que nuestro ingreso al país haya sido en apenas 5 minutos, mientras que la salida se haya demorado más de una hora, y no porque hayan revisado el coche demasiado, sino por papeles nuestros, los mismos que en Borispil pasaron sin demasiada revisión.
Superado el acto burocrático de cruce de frontera, estamos ya del otro lado del muro, y la sensación es un poco la misma que la vez pasada, se nota en infraestructura que la Unión Europea hace mella en estos temas. El paisaje cambia un poco, muy poco, esto es Polonia, antes donde estábamos, fué Polonia alguna vez. Cruzamos pequeños poblados desperdigados y seguimos por caminos internos hasta un descanso en Zwierzyniec, un pequeño y pintoresco pueblo en medio del parque natural bi-nacional de Roztocze, es un área protegida muy diversa de flora, fauna y geológica que cruza fronteras hoy y se adentra en Ucrania. Esta pequeña villa es un lugar turístico, cruzamos oleadas de niños y grupos, autobuses, es una zona boscosa, con lagos y su río, hay camping, y tiene una fábrica de cervezas tradicional en la región, que dió vida al pueblo. Hicimos las veces de paseo "los tíos" y esta vez sentía que me llevaban como a Vanessa, nos invitaron helado de una heladería muy tradicional del sitio, rico, pero como siempre, falta variedad de sabores, y cuando paseando por el parque nos encontramos con un chiringuito que vendría sopas del estilo militar, decidieron invitarnos también a eso. No hace falta decir que a a estas alturas mi estómago estaba en modo a punto de estallar, y comer dulce para luego salado y cervezas varias, era una bomba de tiempo...
Tras el paseo y la distracción, un breve trayecto de media hora nos depositó en el viejo y querido Biłgoraj, la pequeña ciudad donde Roman y Halina residen y a la cual yo regresaba desde aquel primer viaje. Sencillo, humilde, básico y afectivo, tiene menos habitantes que Sokal pero está "del otro lado del muro" donde todo está más ordenado y le da otro aspecto, es la triste realidad. Allí hicimos poco, relajarnos del viaje y reponer energías, algunas compras y un breve párrafo para la visita a la madre de Roman: la mujer tiene 95 años y es una luz, entramos en su casa y lamento no haber tenido una cámara de fotos conmigo para captar esa escena de la anciana con su pañuelo sentada frente a la ventana donde penetraba el sol naranja del atardecer, con un libro en sus manos y otros tantos sobre la mesa. Nos presentaron y ella misma dijo "a ti te conozco, tu estuviste aquí hace unos años", y es una gran verdad, compartí con ella un café en mi visita anterior, apenas 15 minutos tal vez, pero ella me recordaba y sabía que venía de Argentina y compartimos una grata charla entre ruso, polaco improvisado con ella y mi madre.
Los preparativos estaban hechos ya, una cena de honor por la visita, y la despedida, un descanso merecido con el amanecer tempranero en estas latitudes que mantienen el uso horario de la Euorpa más occidental y fuerzan a que estando tan al este la luz comience a colarse por todas las ventanas a partir de las 4:30am en Mayo! Hubo tiempo de un desayuno potente, las cartas e improvisadas escrituras en polaco, abrazos, besos y una despedida más, la tercera, la última.
Abandonamos Biłgoraj en una de las tantas Sprinter que brinda servicios de traslados a lo largo y ancho de los paises del este, en Polonia es una modalidad arraigada que sustituye la ausencia de servicios públicos de calidad y ferrocarriles que aún no riegan con sus arrivos infrecuentes los pueblitos del interior. Esperaban unas 5hs de viaje hacia la Capital.