El desarraigo me llenó del coraje necesario para enfrentar esta escapada a conocer "mi barrio" en la distante Suiza.
Contaba con unos pocos días, y el destino no después de todo tan accesible, las conexiones son buenas, tiene aeropuerto, trenes, pero no es un destino turístico muy aclamado, y los costos de visitar un país como Suiza no son bajos, pero me permití saciar el deseo de conocer Lugano, sin pensarlo demasiado, después de todo, este es el momento, mañana, no sabemos qué ocurrirá y no quise dejar pasar esta nueva oportunidad.
Aprovechando la cercanía del Cantón Ticino con Milán (ya haré mi relato de esa parte del viaje) hice base de operaciones en Italia. El verano meteorológico estalló ese fin de semana, con temperaturas que llegaron a los 34 grados, muy poco recomendable para recorrer ciudades en plan de turismo, pero no había marcha atrás. Allí me enfrentaba en soledad al ardiente asfalto, desandando locales comerciales de marcas de reconocido renombre y el glamour estridente de la gente que por más que el calor los derrita no se permiten salir de los cánones establecidos por la caprichosa moda.
Lo primero que me encargué de hacer fué de descifrar las máquinas expendedoras de pasajes de tren y navegar cuantos horarios de trenes hubiese para la mañana siguiente descubrir ese Lugano entre montañas.
La excursión comenzó muy temprano, apenas un desayuno rápido y tomar unas fotos en la plaza del Duomo deshabitada, a tan tempranas horas, apenas si las palomas visitaban el lugar.
Minutos superadas las 8 de la mañana, desde Milano Centrale partía el tren regional TiLo (Ticino Lombardía), con destino final Bellinzona, dentro de "la parte italiana" de Suiza.
Es curioso por qué nuestro barrio toma este nombre, ya que ni siquiera el fundador de Lugano (el barrio porteño) es originario de Lugano (Suiza). José Francisco Soldati nacio en el Ticino pero en otra ciudad. La evolución del barrio fué tremenda, considerando que apenas cuenta poco más de 100 años, y si bien el presente es algo turbio, la historia del barrio es gigante y merece la pena repasarla.
A razón de esta tan peculiar similitud de nombres, hace unos meses el diario Clarín sacó una muy interesante nota que merece la pena leer.
A grandes rasgos me atrevería a decir que la estación de trenes es lo más parecido que tienen esta ciudad con la que me vió crecer. Pese a que en la de Suiza, circulan trenes de diferente porte, de larga distancia y actualmente esta en obra para construir un túnel, algo poco probable en la humilde estación del barrio del sur porteño.
La versión suiza del barrio tiene muy poco que ver con la versión porteña. Creo que no alcanzan las magnitudes para representar la distancia que separa mi terruño (del cual reniego por su constante desmejora) de la ciudad que le dió origen a su nombre. Esta distancia no es no solo física, en todas dimensiones diferente.
Rodeada de montañas se erige esta pequeña ciudad, en desnivel, a orillas del Lago de similar nombre, con unas vistas dignas de postales. Imagino un paisaje nevado en invierno, con las cumbres cubiertas de blanco y el peligro de circular por escaleras y calles en desnivel heladas. El barrio en su versión suiza tiene atractivo turístico y se explota esa riqueza.
Descendí por las callejuelas entre petit hoteles y el mercado, me abrí paso a la plaza de la Piazza della Reforma, centro de referencia con el ayuntamiento, donde se pueden ver algunos edificios muy elegantes que son sedes de clásicos bancos suizos, y barcitos que le dieron una rememoranza hogareña al lugar, casualmene se llaman Bar Argentino, Tango y Vanini.
Me detuve a disfrutar de un café en la plaza, contemplando cómo la sombra iba perdiendo terreno en la batalla con el sol que se hacía con las alturas entre las montañas. La bruma en el aire hacía algo difusa la vista a la distancia pero claramente se podían observar las montañas y las casonas en los picos de los cerros alrededor de la ciudad.
Día de mercado, día de compras y día excepcional para el turismo, el calor hizo mella hasta entre las montañas, con el paso de las horas, la temperatura fué subiendo y en busca del refugio encontré un arbolado parque a orillas del lago, con una playa en sus extremos que la gente no dudaba en aprovechar. Yacían al sol en pleno medio dia con sus cuerpos que encandilaban de lo blancos (yo no era la excepción), pero por más que lo intenten, la gente de estas tierras no se quita el blanco ni viviendo un año en el caribe. El rojo tomate les gana por escándalo.
Opté por refrescarme en las aguas cristalinas y no tan frías del lago, no dudé demasiado en dejar mis pocos pertrechos a un costado, y desandar camino hasta que el agua apenas pasadas las rodillas comenzaba a salpicar las bermudas, lamenté en ese momento no tener un traje de baño para la ocasión, ya que con gusto me hubiese tirado de cabeza.
Luego de incorporar la ración de sol suficiente para que mi cuerpo me pidiera esconderme un rato a la sombra, almuerzo de frutas y siesta en las tumbonas (reposeras) dispuestas por la administración del parque para la ocasión, el viento y el verde césped ayudaban a superar las temperaturas, pero el clima era ciertamente agobiante.
Aún cuando el sol calentaba el asfalto con rabia me dispuse a recorrer las callejuelas y tener la vista opuesta de la bahía. En el camino atravesé la costanera e inconscientemente la mente traza paralelismos con lo conocido. Comenzando por que jamás me imaginé tocar las aguas de nuestro Lago Lugano, y que la única costanera que tenemos cerca es la del Riachuelo, que paradógicamente la recorrí en su trayecto que va desde un extremo del Autódromo al otro, y desde luego no vale la pena visitarla.
Tampoco veremos Bulgari, ni Prada ni mucho menos Luis Vuitton en nuestro Lugano, aunque tal vez si veremos Ferrari o Lamborghini o Maseratti, en su fugaz y obligado paso camino al aeropuerto. Probablemente si veamos al "tano" de la verdulería apuntando en la libreta y a las señoras comprando. La tanada la tenemos aunque seamos "gallegos".
Las comparaciones son odiosas, mejor las dejo de lado, en este lado del mundo seguramente no de miedo caminar por las calles de noche, es más probable es que un pajarito te robe una miga del desayuno que estas tomando a que alguien te asalte, pero acá los chorizos son de guante blanco y se esconden en los bancos, no se que es peor a esta altura (para ejemplo sobra un botón, ver Fifa Gate).
Pero definitivamente mi Lugano tiene algo inigualable, reniegue o no de su presente, de su lejanía o de su letargo, Lugano es mi origen, no hay nada que cambie eso, ni motivo por el cual cambiarlo. Lugano es mi historia, mis raíces y sobre todo mi familia. Y eso, no hay montañas ni lagos que me lo vayan a quitar.
Ingresé a una caseta de turismo con el fin de conseguir unos mapas, aunque ya fueran inútiles a esta altura, serían un grato recuerdo. Charlando con la empleada le comentaba de mis orígenes, del barrio, y a mi sorpresa ella me dijo que estaba al tanto de su existencia, que tenía una amiga uruguaya que vivía en la ciudad que le había contado de "nosotros". Misión cumplida, dejé constancia de un Luganense nacido y cricado (bueno, técnicamente nacido no...) en Lugano.
Los nubarrones se fueron agolpando entre los picos de las montañas, estaba pronosticado lluvia, y la humedad y pesadez del aire se hacía notar. El sol fué perdiendo su poder con las oscuras nubes, y unas gotas comenzaron a caer. Decidí no demorar hasta el siguiente y último tren, porque a esas alturas tendría que pasarlo cobijado de la lluvia, y no tenía sentido. Ultimas fotos de la hermosa ciudad, y una sonrisa eterna por una nueva misión cumplida. Nada mas gratificante que lograr lo que uno se propone!
La versión suiza del barrio tiene muy poco que ver con la versión porteña. Creo que no alcanzan las magnitudes para representar la distancia que separa mi terruño (del cual reniego por su constante desmejora) de la ciudad que le dió origen a su nombre. Esta distancia no es no solo física, en todas dimensiones diferente.
Rodeada de montañas se erige esta pequeña ciudad, en desnivel, a orillas del Lago de similar nombre, con unas vistas dignas de postales. Imagino un paisaje nevado en invierno, con las cumbres cubiertas de blanco y el peligro de circular por escaleras y calles en desnivel heladas. El barrio en su versión suiza tiene atractivo turístico y se explota esa riqueza.
Descendí por las callejuelas entre petit hoteles y el mercado, me abrí paso a la plaza de la Piazza della Reforma, centro de referencia con el ayuntamiento, donde se pueden ver algunos edificios muy elegantes que son sedes de clásicos bancos suizos, y barcitos que le dieron una rememoranza hogareña al lugar, casualmene se llaman Bar Argentino, Tango y Vanini.
Día de mercado, día de compras y día excepcional para el turismo, el calor hizo mella hasta entre las montañas, con el paso de las horas, la temperatura fué subiendo y en busca del refugio encontré un arbolado parque a orillas del lago, con una playa en sus extremos que la gente no dudaba en aprovechar. Yacían al sol en pleno medio dia con sus cuerpos que encandilaban de lo blancos (yo no era la excepción), pero por más que lo intenten, la gente de estas tierras no se quita el blanco ni viviendo un año en el caribe. El rojo tomate les gana por escándalo.
Opté por refrescarme en las aguas cristalinas y no tan frías del lago, no dudé demasiado en dejar mis pocos pertrechos a un costado, y desandar camino hasta que el agua apenas pasadas las rodillas comenzaba a salpicar las bermudas, lamenté en ese momento no tener un traje de baño para la ocasión, ya que con gusto me hubiese tirado de cabeza.
Luego de incorporar la ración de sol suficiente para que mi cuerpo me pidiera esconderme un rato a la sombra, almuerzo de frutas y siesta en las tumbonas (reposeras) dispuestas por la administración del parque para la ocasión, el viento y el verde césped ayudaban a superar las temperaturas, pero el clima era ciertamente agobiante.
Pero definitivamente mi Lugano tiene algo inigualable, reniegue o no de su presente, de su lejanía o de su letargo, Lugano es mi origen, no hay nada que cambie eso, ni motivo por el cual cambiarlo. Lugano es mi historia, mis raíces y sobre todo mi familia. Y eso, no hay montañas ni lagos que me lo vayan a quitar.
Ingresé a una caseta de turismo con el fin de conseguir unos mapas, aunque ya fueran inútiles a esta altura, serían un grato recuerdo. Charlando con la empleada le comentaba de mis orígenes, del barrio, y a mi sorpresa ella me dijo que estaba al tanto de su existencia, que tenía una amiga uruguaya que vivía en la ciudad que le había contado de "nosotros". Misión cumplida, dejé constancia de un Luganense nacido y cricado (bueno, técnicamente nacido no...) en Lugano.
Los nubarrones se fueron agolpando entre los picos de las montañas, estaba pronosticado lluvia, y la humedad y pesadez del aire se hacía notar. El sol fué perdiendo su poder con las oscuras nubes, y unas gotas comenzaron a caer. Decidí no demorar hasta el siguiente y último tren, porque a esas alturas tendría que pasarlo cobijado de la lluvia, y no tenía sentido. Ultimas fotos de la hermosa ciudad, y una sonrisa eterna por una nueva misión cumplida. Nada mas gratificante que lograr lo que uno se propone!
Las fotos en otro formato pueden verse AQUI