Un día sin buscarlo, casi súbitamente desayunaba la confirmación de que ese tan mencionado horizonte nórdico del continente americano sería mi próximo destino. Una mezcla de satisfacción al saber que la lista de experiencias y de kilómetros recorridos se incrementaría pero el amargo trago de tener que lidiar con los designios laborales para este acontecimiento, que me privarían de la sencillez del libre albedrío para transitar territorio otrora hispánico.
Es que la visita sería laboral, estrictamente, pero desde luego lo estricto queda a un lado cuando uno tiene ante si la inmensidad de lo desconocido, de lo nuevo que lo tienta a recorrer, en busca de enriquecedoras experiencias, del análisis cultural, de la curiosidad hacia lo foráneo.
La experiencia se inició marcada en principio por mis prejuicios hacia los habitantes y el poderío de este gigante, mi error, y a su vez por sentir que mucho de lo que allí observaba ya lo conocía, y en parte era cierto ya que sus productos se imponen, consumimos lo que proveen, y mal que mal, con solo observar algunas series o películas alcanza para darse cuenta que mucho de lo que allí se muestra, es real.
El destino fué California, tierra con historia hispánica si las hay y con un presente marcadamente latino. Basta con ver los nombres de las ciudades para darse cuenta que España hizo mella en este territorio, y basta con leer inmensidad de carteles en español y oír el idioma en cuanto rincón uno se detenga, para entender que la "invación" latina está latente.
Desde el mismo momento del arribo, el traslado desde el aeropuerto de San Francisco comenzó cruzando un enorme puente de 9 millas sobre la bahía con unos 4 carriles de ida y otros tantos de regreso, y me vino a la mente que esta nación nos tiene acostumbrados a hacer todo grande, sino ellos mismos no lo reconocerían como propio.
Las inmensas calles repletas de vehículos gigantes y rugientes motores de altísima cilindrada con sólo un ocupante, la carencia de transporte público eficiente, la diversidad cultural en cada esquina, la gran cantidad de etnias conviviendo en un solo lugar en busca de su sueño americano. Las comidas rápidas, picantes, grasosas, el café desabrido, la cultura de lo accesible, de lo sencillo al extremo de la vagancia en algunos casos contrastando con la extrema dedicación al trabajo, invirtiendo horas y horas, poniendo en peligro el balance entre lo personal y lo profesional.
San Ramón fué el lugar de residencia, un paraje en las afueras de San Francisco, lo que ellos podrían considerar un suburbio pero marcadamente bello, con un terreno marcado por desniveles con laderas con un verde brillante, que luego se torna dorado en verano. Las distancias en esta localidad eran eternas, la ausencia de peatones era alarmante y el tiempo promedio de espera en cada semáforo para poder cruzar las enormes avenidas era de casi cinco minutos, sumado a la forzosa necesidad de llamar un taxi para movernos hacia otros destinos o bien acceder al tren BART a fin de movilizarnos hacia San Francisco, la ciudad de referencia.
Afortunadamente en esta aventura eramos varios los participantes, todos ellos colegas de oficina con quienes compartíamos no tanto el día a día, pero si cenas, y especialmente salidas, haciendo mucho más amena la estadía. Pudimos contar con vehículo de alquiler durante los fines de semana y la asistencia de algunos colegas americanos que se ofrecieron a guiarnos o bien llevarnos para que podamos recorrer lo más posible de la zona.
Dentro de la belleza del paisaje californiano debo destacar la zona de Napa Valley con sus viñedos entre serranías, donde tuvimos ocasión de degustar vinos en el Chateau de Francis Ford Copolla y vinos espumantes de la región. También, aunque a las apuradas por la dimensión del recorrido, pasamos de una punta a la otra de la ciudad de San Francisco, donde en un domingo recorrimos varios puntos referentes de la ciudad como Twin Peaks donde pude contemplar la ciudad y dimensionar la bahía mientras la niebla reinante me lo permitiera, pasando por Castro, el barrio gay por excelencia, recorrer Lombard Street al 1200, la calle con más curvas del mundo, contemplar Alcatraz aunque sea desde la costa, tomar un rico café irlandés en The Cliff House en los acantilados del tormentoso Océano Pacífico, y desde luego cruzar el imponente Golden Gate.
El clima no fué gran compañero, de las tres semanas que permanecí los alrededores de la bahía, dos de ellas fueron bajo un cielo caprichosamente cubierto que nos bañaba a su antojo en marejadas de agua a lo largo del día. Debido a esto mis oportunidades de visitar más lugares fueron escaseando, aunque en un intento desesperado por conocer algo más en profundidad la ciudad más pintoresca de los Estados Unidos, logré escaparme del trabajo y contar con la complicidad de dos colegas que se sumaron a la aventura para poder recorrer China Town y llegar a la mejor vista con el atardecer de fondo en Pier 39.
Como en muchos de mis anteriores relatos, traté de sumar experiencias deportivas, pero por más que uno lo haya intentado, el fútbol (soccer) no es el mejor exponente en este país, por lo que cedí a las masas y al modelo consumista para dejarme caer en la tentación de la NBA y ver: Golden State Warriors vs Toronto Raptors. En lo estrictamente deportivo el partido fué intrascendente, ningún equipo peleaba por nada y los Warriors (equipo que sólo ganó un campeonato allá por los setenta) le pegó una paliza de 40 puntos a los vecinos canadienses. Pero lo llamativo fué el show: todo el evento estuvo rodeado por show, luces, audio, estridencias, espectáculo, sorteos, disparos de camisetas hacia las tribunas (como en Los Simpson en el capítulo que muere Mod Flanders), regalaban pizas en las tribunas, todas los pasillos del Oracle Arena eran un shopping a tal punto que lograron que tanto yo como Fabián, mi compañero en esta ocasión, compráramos sendas camisetas.
Pero la aventura prosiguió por mi cuenta, cuando el último día de mi estadía laboral partí en solitario hacia el pleno centro de la ciudad, donde la sensación de inseguridad de apropia de uno de la misma o diría peor manera que uno siente en su hogar, propiamente por lo desconocido. Un centro oscuro, plagado de gente en la calle, borrachines y loquitos gritando contra los comunistas, debatiendo a viva voz, pelándose con la policía. Un panorama tenebroso por el cual atravesé las calles y me interné en la estación terminal del Greyhound, lo que vendrían a ser los buses de larga distancia del país del norte, algo más parecido a un colectivo de excursión escolar al cual acuden las masas excluidas del sistema de aviación para poder transladarse entre las enormes distancias del territorio.
Así es como me transporté durante 7 horas en un servicio de onmibus paupérrimo, rodeado de la gente que a los políticos de este país "no les gustaría mostrar" pero ahí están. Los excluidos de un sistema capitalista que no integra, sino todo lo contrario. Las víctimas de una política de consumo, de una macabra mecánica en la cual si uno no consume, no forma parte de la rueda que mueve a la nación, y queda excluido.
Contracturado y muy poco descansado, logré descender en la peor zona de Los Angeles, escabullirme al centro de transbordo y esperar el rescate de Juan Pablo (aka Yeipi). El momento personal del viaje había llegado, la oportunidad de visitar a mis amigos que hacía tan poco se habían movilizado desde la vieja Europa hacia Long Beach fué la motivación personal más grande para embarcarme en esta aventura. El reencuentro, en menos de un año, en dos locaciones distintas, contemplando y admirando su esfuerzo y progreso, feliz de verlos contentos, feliz por saber que están bien y orgulloso de ser el primero en visitarlos en este nuevo hogar.
En compañía de Deb y JP recorrí Long Beach de punta a punta, salimos de compras, y me rendí ante los precios de la indumentaria, lamentablemente, por más que me duela, compré con bronca, gasté dinero, pero indignado de saber que todo lo que allí compraba, en el pago natal costaba el doble quizás. También fuí víctima de la electrónica y aquí estoy sin hacer uso de ella por el fundado temor al arrebato y el mal momento posterior.
Y poco a poco, el stress laboral fué superado por el relax y despeje mental del contacto con los amigos, con el descanso y el tiempo macabro llevó a que el corto momento de relax de solo unos dias se viera esfumado prontamente. Con todo el deseo de quedarme en tan buena compañía, tuve que marchar, fundiendome en un eterno abrazo a mis amigos que otra vez tuvieron la paciencia de recibirme, a quienes espero volver a abrazar pronto en otras latitudes, y por quienes brindo hoy con los mejores augurios.
Partía así pues el primer miércoles de Abril desde Los Ángeles, con tiempo suficiente para reflexionar y aceptar mi equivocación para prejuzgar a este territorio. Me encontré con un paisaje bello, que invita a recorrerlo en sus enormes dimensiones, con tanta variación como mi querido territorio natal, y con una gente amable y servicial, que siempre que tuvo oportunidad me ayudó. Lamentablemente uno juzga a la gente por la política exterior que aplican sus gobernantes, pero en el fondo vi gente, como uno, preocupada por mantener su trabajo, por subsistir... en su mundo desde ya, ese mundo que tiene la particularidad de ubicarlos en el centro del universo muchas veces, desconociendo que en otras partes del planeta hay otras costumbres, otros horarios, otras leyes, aceptando como cosa de todos los dias y normalmente que su país entre en guerra en otro lado del mundo por que sí (en el interín de mi estadía la OTAN invadió Libia y nadie hizo comentario alguno al respecto), con inconscientes colectivos y otros tantos conscientes de que su comportamiento masivo contamina el mundo, atenta contra el resto, muchos lo saben, pero lo aceptan como ley natural, otros, seguramente no lo acepten, y otros no conciban un mundo diferente. Hay 300 millones de habitantes, creo que la diversidad es lo que más abunda en este vasto y gigantesco país.
Tras una larga espera amenizada en el salón VIP de la linea aérea, confirmando una vez más ese principio básico que rige nuestro universo conocido y cita que "existe un mundo mejor, sólo hay que poder pagarlo", se anunció finalmente la partida de mi vuelo con escala en Atlanta, y emprender el regreso hacia la tierra conocida.