En este breve texto les comparto la previa y el desarrollo de un viaje a ver un partido de fútbol que nunca se jugó en un destino al que nunca llegué.
Y en el laberinto de caminos culminé paseando por uno de los más tradicionales Mercados Navideños en una ciudad totalmente diferente con temperaturas bajo cero.
Déjense llevar conmigo, armando la enorme bola de nieve renglón en este viaje a un destino inalcanzable a un evento no realizado.
Idea
Estaba en mi mente desde comienzos de año esta excursión esquiva al rico sur alemán a enfrentar al siempre poderoso Bayern Munich, era tal vez el morbo de ver a David contra Goliat, mezcla con la ilusión de asistir a una fiesta del fútbol en un estadio de primer nivel cuna de épicas batallas sobre el césped.
Me fijé el calendario y pensé que la época no era ideal, el frio no es amigo de los viajes distantes y en los que casi con seguridad debería pasarme el día entero deambulando por las calles haciendo tiempo para que se cumplan las agendas, de trenes, del evento. Me consolé con la idea de que al menos habría algún colorido mercado navideño para poder refugiarme y calentar mis manos con una taza de vino caliente.
Lo pensé dos minutos más, me convencí con el mínimo reflejo de pensar en arrepentirme de no haberlo hecho. Listo, compré los tickets. Lo que restaba era conseguir los billetes de tren.
Planificación
Explotando la devoción de los Unioners por acompañar a su equipo tanto en las buenas, como en las más malas de las más buenas de su historia, los precios de los billetes eran exhorbitantes. Hubo que explorar alternativas.
Desconfiando de la fiabilidad de los trenes verdes y sus espontáneas cancelaciones, descarté el tren tempranero a Erfurt por temor a quedarme de a pié y truncar el viaje a mitad de camino. Por lo que decidí hacer el viaje en dos etapas.
Primero, viernes por la noche, viajaría en el tren verde de bajo costo a la futbolísticamente alienada Leipzig, aprovecharía a visitar allí amistades que me cobijarán, visitaríamos el mercado navideño en busca de abrigo, comeríamos y beberíamos algo, charlaríamos una o dos horitas y de allí me acurrucaría en el sofá de Nube para descansar unas horas.
El siguiente tren, un regional desde allí a Erfurt, debía salir a las 7.20 del día siguiente y luego tomar al fin un tren rápido que me depositaría en Münich alrededor del mediodía, con el tiempo necesario para trasladarme al lejano y gigante Allianz Arena, disfrutar del partido, tomar algo con algún Unioner conocido, visitar el mercadillo, y emprender el regreso también en dos etapas.
El primer trayecto, sería en regional hasta Nürnberg, la muy pintorsca ciudad francona que seguramente tendría algún otro mercado para entretenerme mientras hacía tiempo a mi último tren. Un intercity procedente desde Viena que llegaría a bien al norte en Rostock, pasando a recogerme por Nürnberg a medianoche y depositándome en Berlin a las 6.30 de la mañana.
De allí, el conocido S3 a Köpenick. Escala en la panadería para comprar “facturas” y resolver el desayuno tardío del domingo.
El plan estaba repleto de puntos de falla, demasiadas combinaciones y demasiadas variables en un juego secuencial en el cual un atraso pone en riesgo todo lo que sigue, pero con los días me fuí convenciendo más y más de que iba a ser una aventura inolvidable que iba a poder compartir con mis amigos orgulloso de haber ido hasta tan lejos solo a ver al Unión.
Desarrollo
Culminé mi rutina de viernes una hora antes de lo habitual, empaqué las pocas cosas que hacían falta para tan corto viaje: bufanda del unión, tablet para leer o ver algún video en los trayectos, power bank, cargador de teléfono, calentador de manos, tapones de oidos y máscara para dormir en el tren, auriculares, una camiseta blanca, una calza térmica, calcetines, cuello de abrigo y cables para los cargadores eran lo que había en la pequeña mochila. El resto, lo puesto, lo suficiente para sobrevivir un día a la intemperie y lo justo para no tener que depositar la mochila en el guardarropa del estadio.
Notarán como el desarrollo de la historia, está plagado de señales que ignoré.
A la hora de partir hubo alguna complicación, solo un problema de impresión en el DM que simplemente quedó para después y se resolvería al día siguiente. Fué indirecta y mínima, no le presté atención.
A las 19 horas estaba subido al S3 rumbo a la estación central. Distraído, nunca me había ocurrido, me pasé una estación. Debí bajar en Bellevue y regresar.
A las 19:53 en punto el verde tren ennegrecido por la mugre llegó, me acomodé en un asiento equivocado que nadie reclamó y viajé durante una hora y veinte minutos hasta Leipzig.
La tablet falló, no podía resolver su conexión a mi contenedor virtual de libros, es decir, no tenía opción, solo podía leer los libros que tenia ya descargados. Lo tomé como una señal más que como una complicación, una señal de no seguir abriendo puertas y comenzar a cerrar antes de abrir nuevas.
El tren demoró unos diez minutos más de lo previsto, allí me esperaban, tan abrigados estábamos que no nos reconocíamos. Corrimos al Martkplatz y en el mercadillo los puestos nos cerraban en la cara a medida que nos acercábamos, pero logramos rescatar las últimas patatas con speck que quedaban, comer hasta que se atasquen en la garganta y se nos congelen las manos. Tiempo de un vino caliente y charla bajo una suave nevada que comenzaba a caer.
El frio hizo mella, sin idea de la hora, me sabía mal ir a descansar sin aprovechar la oportunidad de charlar después de tanto tiempo. El destino fué en la Vodkaria y la charla nos llevó de un lado a otro, y la hora se pasó. El sofá me encontró casi a las 2 de la mañana, despidiéndome con un "creo que mañana se juega con nieve" decidiendo cambiar mis planes de viaje al día siguiente: ya no tomaré el regional de las 7:20, tomaré el de las 8:20 que si todo va bien, llega a Erfurt con quince minutos, suficientes para combinar, considerando que el otro tren seguramente tendrá su demora.
A las 7 sonó el despertador, tardé cinco minutos en levantar la cabeza y ver a Nube como husmeaba qué pasaba en su sillón. Tomé el teléfono y chequé la aplicación de Deutsche Bahn, el operador de mis dos futuros trenes para corroborar los trenes una vez más. En la pantalla de bienvenida había un alerta de trenes afectados por el frío y las nevadas afectando al sur de Alemania, la miré de reojo como quien dice “siempre que nieva o hace calor, la empresa advierte de problemas en las redes” por lo que imaginé que simplemente habría atrasos. Mis trenes estaban uno planificado y el otro ya en viaje desde el norte alemán.
Pensaba tomar un café y partir sin molestar en la casa, pero me terminaron acompañando con un desayuno, hasta las 8:05 que partí caminando por las heladas calles de Leipzig con precaución de no caerme entre trabajadores que le ponen el pecho al frío para sembrar de sal las aceras y evitar accidentes de los transeúntes atolondrados.
Me acomodé en el RB20 que conecta Leipzig con Eisenach. El tren partió a horario en un contexto completamente blanco enceguecedor alrededor, se proyectó en su recorrido profundizando hacia el sur.
Las charlas virtuales comenzaron a fluir y debido a las intensas nevadas en Baviera, comenzó a cobrar fuerza el rumor de que el partido sería suspendido.
En ese momento presté atención a las alertas meteorológicas, esta vez entré en el aviso de la aplicación del tren, puse mi alemán en forma y leí las fuertes recomendaciones de “…no viajar. Posterguen sus planes de viaje a Munich” acompañado de una lista de recorridos que habían sido interrumpidos.
Me desconecté de lo que sucedía en el tren, mi cabeza comenzó a imaginar la hipotética situación de llegar a Münich y quedarme allí varado en la calle sin tener cómo volver por la ausencia de transporte. Las dudas esta vez se apoderaron de mi. Entré en modo “supervivencia” y de “qué pasa si?”.
Sabía que faltaba poco para Erfurt pero perdí noción del tiempo leyendo y pensando en la mejor alternativa para salir de esta situación o cual sería el plan de escape. Levanté la vista, miré a la estación y no comprendí cual era, llegue a leer Erfurt en el cartel indicador luminoso, desenchufé el cargador, recogí mi campera, la mochila y salí del vagón perdido, cuando los pasajeros estaban ya entrando.
Pocos minutos tardé en darme cuenta que estaba en Weimar, una parada o dos antes. Hermoso lugar para recorrer, pero definitivamente no era el lugar que tenía que estar. Haber comido este error me impedía ya tomar el tren en Erfurt, acababa de perder mi conexión por estar “distraido” mirando el teléfono.
No me di tiempo ni de culparme por ello, porque entendí que el destino quiso que era mejor no viajar y no pasaron ni cinco minutos que se informó que el tren rápido que debía tomar en Erfurt hacia Munich había sido cancelado.
Si tenía dudas tener que ejecutar un plan de escape, este era el momento de ponerlo práctica. Pero no tenía muy claro cual era ese plan aún.
Cinco minutos más tarde, se confirmó la cancelación del partido. Lo cual daba a las claras que “bajarme en Weimar” por error fué un gran acierto.
Opté por regresar, tomé el mismo RB20 en dirección contraria y llegué a Leipzig al mediodía. Ya en terreno “conocido” y sabiendo que tenía cobijo, nueva oportunidad de larga charla café mediante y de recorrer el enorme, vívido y colorido mercadillo de navidad que toma por completo todo el casco histórico de la ciudad.
Ya con más calma y resignación, emprendí el viaje de regreso de casi 3 horas a casa. Regional a Dessau, desde allí otro regional a Wansee y un último regional a Ostkreuz, ay! si tan solo Köpenick fuera ya una estación regional, pero para eso faltan un par de años.
Tras el último trayecto de 10 minutos en el S3 me depositaron en Köpenick.
24 horas más tarde. La misma postal.
El inicio es el final y el final es al inicio.