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San Petersburgo, detrás de la cortina de hierro - Escéptico Observador - Blog de Relatos de Viajes y Fotografía

San Petersburgo, detrás de la cortina de hierro


Técnicamente no es la primera vez que cruzo la "cortina de hierro", ya que tuve la suerte de visitar Praga y cruzar de un lado al otro del Muro de Berlín, pero esta es la primera ocasión donde el muro idomático y lingüístico haría mella, adentrándome aunque sea en una pequeña parte de la enorme Rusia.

Tampoco es un destino que toque de lleno mis orígenes, ya que no tengo antecedentes familiares en Rusia propiamente dicha, pero Rusia es la enorme influenciadora de los demás países de donde sí tengo raíces, sumado a que era un destino con buenos accesos para accederen el "lejano este" europeo.

El viaje fué accidentado desde el comienzo. Al adentrarme en la zona de seguridad de El Prat detecté que me había olvidado el dinero en la cama de la casa de Mary, y por razones de tiempo y de comunicaciones, ya no había chances de regresar por ella. Fué un instante donde sonó el detector de metales, la mente me hizo click de este descuido, me puse pálido, el viaje peligró en su totalidad y casi abandono la aventura por el solo hecho de no tener recursos a mano. Fueron unos minutos donde sudé helado y tuve la frialdad de sentarme en un banco, repasar donde había dinero y darme cuenta que tenía unos billetes sueltos por allí y por allá, que podría rescatarlos y eso sumado a las tarjetas podrían salvarme.

Todo este mal momento producto de las inexplicables políticas del gobierno de turno, que prohíben que quien con gran esfuerzo ganó su dinero en buena ley y lo tiene en su cuenta bancaria, no pueda disponer de él libremente en cualquier parte del mundo, salvo con tarjetas. Me pregunto yo cómo hago para pagar el bus o el metro con una tarjeta.

El vuelo fué contrareloj, más bien, contra sentido de giro terrestre. Salimos de noche y vi el amanecer desde el cielo. Aterrizamos en Pulkovo a las 5:30am con el sol en plena levantada. La demora en el sector de migraciones se hizo notar, tanto para rusos como para extranjeros, el ingreso con pasaporte Argentino no trajo mayores problemas, me dieron un visado provisorio in situ, y pasé sin inconvenientes. Lo curioso eran las garitas de atención, donde había hasta un espejo para que el oficial pudiera ver a mis espaldas si traía algo escondido.

Luego de la escena de película de espías en migraciones, tuve que pasar por el periplo de no poder extraer dinero con mis tarjetas.  Juro que me sentí fuera del mundo, me dió muchísima impotencia ser argentino en ese momento víctima de las políticas que nos llevan a esas situaciones.

Esperé el bus indicado, decidí tomarme el de línea y no el "mini bus rápido" de la misma línea, que no era ni más ni menos que una combi. Lo primero que me resultó llamativo fué que en el bus estaba el chofer y una señora cobrando boletos recorriendo el bus. Luego de unos 25 minutos llegó a su destino, no era el centro de la ciudad ni mucho menos, una ciudad enorme con estructuras gigantes. Su terminal era la estación Moskovskaya del famoso Metro Ruso, donde tuve mi primer topetazo idiomático: al querer sacar el cospel, la empleada me indicaba que costaban 28 Rublos (a razón de 47 Rublos costaba un Euro) y yo conté en las monedas que tenía, se las daba y ella me decía que faltaban 7 Rublos, me lo indicaba en la calculadora para que yo entienda. Como evidentemente yo le daba mal las monedas, ya que no las conocía, entregué mi suerte a su buena voluntad, puse todas las monedas en mi mano y abri la palma por debajo de la rendija de la ventanilla, donde ella tomó lo que hacía falta y me dió el cospel. Tardé un día en darme cuenta si me había cobrado bien o mal.

Seguí caminando y me perdí en las escaleras mecánicas eternas y de esas que suele haber en la línea A, pero más anchas y mucho más largas. En cada escalera existe una garita con una persona responsable de administrar el sentido según la afluencia de gente. Los apodé "escalera managers".
Llegué a lo que para mi era un pasillo muy ancho, con columnas a los costados, y placas negras entre las columnas. Lo llamativo era que había mucha gente yendo y viniendo, pero también parada junto a  las columnas, al lado de las placas negras. Repentinamente, veo que las placas se abren y del otro lado hay metro, desciende gente, entra gente, las puertas se cierran y vuelve todo a parecer un pasillo. No terminaba de comprender la escena. Esperé unos segundos, vi que se repetía del otro lado en el otro sentido, hasta que me decidí a copiar lo que la gente hacía, me paré detrás de una de esas placas, y cuando escuché el ruido del metro acercándose, la puerta se abrió, y me adentré en un vagón. Esta disposición se repitió en varias estaciones subsiguientes. No termino de entender si es por practicidad o para evitar suicidios. 

El metro me hizo sentir como en casa. Los vagones eran sorprendentemente iguales a los de la Línea E o de la Línea C. Eso si, el viaje se me hizo eterno, no se si por la tensión, o por estar atento a todo, o por ir contando las estaciones para no pasarme, o el calor agobiante y andar con equipaje me hicieron todo más pesado. Al salir nuevamente a la calle, tenía unas tres cuadras gigantes hasta llegar a mi destino, donde llegué a ver una pelea callejera entre dos personas. Así fué mi bienvenida, apuré el pasito para desaparecer lo más pronto posible de ese lugar. Para colmo siendo tan temprano, no podía hacer check in, y yo no había pegado un ojo en toda la noche.

Con lo puesto, y una mochila de mano, marché a recorrer la ciudad, entre el sueño que se apoderaba de mi, la sorpresa de todo lo nuevo, el tremendo calor y la incertidumbre de no saber cómo hacer para pagar mis gastos en efectivo.

Decidí desayunar un café, en lo que sería una especie de Starbucks ruso, gracias a dios uno de los empleados hablaba inglés y me ofreció panqueques para tomar con un café, yo le insistía en si tenían Croissants pero no había nada de eso, el tipo me tomó por yankee y me ofrecía panqueques, tuve que aceptar, y fué la prueba de fuego para ver que mi tarjeta fuera aceptada. Un alivio. No me servía en los bancos pero si en los locales.

El primer día lo pasé deambulando por la ciudad con un mapa que tenía impreso desde casa, probando de cajero en cajero a ver si era un problema de red, y topándome con la misma realidad: Argentina es la que está afuera de la red.

No quiero aburrir contando todo lo que sucedió el primer día, pero fué realmente intenso. Otra escena inolvidable se dió a la hora de intentar comprar pasajes para mi próximo destino en la estación de tren. Pasajes que no se podían adquirir por internet, y tuve que ir personalmente a lidiar con señoras mayores, empleadas públicas que no hablaban ni inglés, ni alemán ni mucho menos castellano. Me sentía frustrado, muerto de calor, cansado y desdichado. Hasta que se me prendió la lamparita. Sentado en la estación luego de dar vueltas durante casi 40 minutos entre ventanilla y ventanilla, decidí tomar la libreta de apuntes que me había dado Juan antes de salir de Barcelona, la que usaba de machete con palabras útiles a la hora de comunicarme, y empecé a copiar palabras que detectaba de las carteleras que eran lo que yo necesitaba. Hice una especie de machete, y me acerqué a una nueva ventanilla, por rutina le pregunté a la señora si hablaba inglés y la respuesta era la que esperaba, por eso saqué el papelito como un as de la manga y lo puse en el vidrio, la señora entendió, tomó el papel y me anotó al lado de donde había intentado escribir 1ra y 2da clase para saber los precios. Hice la conversión y decidí comprar los pasajes. En ese momento le dije que eran dos, para mi y para Rodrigo que venía al día siguiente, ella me hizo entender que necesitaba los pasaportes, le dije que solo tenía uno, entre dichos que si, que no. Hizo algunas traducciones con su tablet para ayudarme. Tomé otro papel y anoté el nombre completo, número de pasaporte, nacionalidad y fecha de nacimiento de Rodrigo, y ahora si sonreímos los dos. Muy amablemente me emitió los pasajes.
Le dejé un papelito que en castellano decía "muchas gracias" y me di cuenta que al irme ella tomó su tablet y lo copiaba para saber qué quería decír. Me fuí feliz de ese lugar por haber sorteado la barrera idiomática con mucha hidalguía.

Como dije, este día creo que recorrí toda la ciudad en un sentido y otro, pero no pude obviar una mini siesta en el parque lindero a la Plaza del Palacio luego de la cual me dispuse a caminar de punta a punta por la importante Nevsky Prospect, donde me crucé con la Iglesia del Salvador Sobre la Sangre Derramanda, un exponente de iglesia del culto ortodoxo, que deslumbra por donde se la mire.

La noche cayó y yo con ella, aunque a decir verdad, los días se extendían hasta altas horas debido a la posición geográfica, eran las 23 y aún había claridad. Luego me explicaron que en junio se da el fenómeno llamado "noches blancas" donde es de día por casi un mes, y mucha gente que no es local le cuesta mucho acostumbrarse y sufre mucho para poder dormir durante ese mes. En mi habitación era sofocante el calor, creo que no me costó dormirme por el cansancio que tenía, pero la ciudad está más preparada para el invierno, donde hay temperaturas de hasta -30 grados, y en verano hay temperaturas de 35 grados, pero no hay equipos de aire acondicionado casi en ningún lado.
Al día siguiente llegaba Rodrigo, se iba a alojar en un hostel cercano al mío, y cuando nos dimos cuenta, era a la vuelta. Pero eso sería por la tarde, por lo que aproveché y me fuí a visitar el Museo Hermitage, un palacete hermoso en el centro de la ciudad, al lado del río Neva, con enorme cantidad de pinturas famosas. Realmente no se de arte, y no soy mucho de museos, pero tenía esta oportunidad y la aproveché. Esta vez, en lugar de caminar por toda la ciudad, recorrí el museo de punta a punta, todos los pabellones, y en cada una de las salas encontré una señora mayor, sentada con un ventilador a su lado, o con un abanico, custodiando la sala y resguardando que la gente no toque lo que no debe.

Se dieron cuenta? Dos personas en el bus, responsables de escaleras mecánicas y una persona por sala del enorme museo. Todos trabajos ocupados por personas mayores, y en su gran mayoría mujeres.

Ya por la tarde, nos reunimos y fuimos a hacer compras, donde nos topamos con el famoso Dulce de Leche ruso, que curiosos decidimos probar y para sorpresa de ambos era exactamente el mismo sabor que el nuestro. También nos abocamos al caviar que estaba a precio de regalo en el supermercado, como en general muchas otras cosas, desde luego que el cambio favorece, pero en esta experiencia, debo decir que los precios eran más baratos que en Buenos Aires.
San Petersburgo es una mega ciudad de 5 millones de habitantes, con un ritmo muy acelerado, y aún así nos decían que mucha gente se viene de Moscú porque es más tranquila.

Hay Muchos vehículos yendo a gran velocidad, gente que conduce hablando por teléfono, bocinas, semáforos semi respetados lo mismo que las cebras para peatones, aparcamiento donde sea, incluso arriba de las veredas, mucha gente en lugares céntricos sumado a gran cantidad de turistas y algo para deslumbrar en cada esquina, que si no es un edificio en las zona céntricas, son las bellas mujeres. Ya se que esta declaración traerá cola, pero necio sería en no admitir que las rusas son muy bonitas, y van por la ciudad muy producidas, atraen miradas de propios y ajenos.

No extraña para nada la enormidad e importancia estratégica de esta ciudad, sin ir más lejos por algo fué la capital del Imperio Ruso durante tantos años, y tiene gran influencia de occidente al tener acceso marítimo por el Mar Báltico. Y no por nada en la Segunda Guerra Mundial fué sitiada durante 29 meses, sufriendo constantes bombardeos por parte de los alemanes, y generando bajas civiles por más del millón de personas, pero aún así no pudo ser tomada, lo cual la reconoce como ciudad heróica.

De todos modos, tuvimos suerte de charlar y compartir cervezas con algunos locales y hasta cruzarnos con un flaco que trabaja en una empresa de software y que lo mandaban a Buenos Aires para abrir una filial ahí en los próximos meses. Ellos nos explicaban que si se quiere conocer Rusia en serio no hay que ir a ninguna de sus dos "capitales", con lo cual hay que profundizar en el interior, donde imagino que nadie me entendería, pero definitivamente sería una experiencia interesante.

Los períplos de Leningrado (como se llamó a la ciudad desde 1924 hasta 1991) duraron hasta el último día. Para despedirnos de esta bella ciudad, nos juntamos a desayunar en el hostel de Rodrigo, que estaba solo con el/la empleada de turno, por lo cual nos resultaba muy cómodo. Al momento de partir hubo un corte de luz, y las puertas no se podían abrir, ya que en la gran mayoría de los edificios, el sistema de apertura de puertas es magnético, no existen las llaves, sino los lectores magnéticos con puertas blindadas gigantes, evidentemente la seguridad es un problema y a nosotros nos resultaba un problema para salir, no para ingresar al edificio. Tremenda falla del sistema!

"Welcome to Russia" nos dijeron, y nos ayudaron a salir descendiendo por una ventana que estaba en un primer piso, yo con ojotas escalando y Rodri con un tobillo esguinsado saltando de más de 1 metro de altura al piso como pudo. Luego de esta secuencia inolvidable, quedaba aún tiempo para marchar por la ciudad y visitar los Jardines Tavricheskiy. Cuando la hora llegó, dirigimos nuestros pasos hacia la Estación Vitebskii donde nos esperaba nuestro tren último modelo que nos depositaría en el próximo destino.

Una mirada alternativa del viaje, y más fotos y videos las pueden encontrar en Un Mate en Europa, el blog de Rodrigo.





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